Por Juana Droeven
Una
investigación a partir de historias de vida rescata la importancia del vínculo
fraterno y advierte sobre “las formas de desfraternización: intentos de impedir
o dificultar el lazo fraterno, es decir, de que los hijos no puedan percibirse
como hermanados a sus hermanos”.
Nuestra investigación sobre lo
fraterno incluyó más de 100 entrevistas en profundidad a personas de distinta
edad, condición social, sexo y actividad: encontramos que, a partir de la
pregunta sobre si la persona reflexionando acerca de lo que significa tener
hermanos, se desencadenaba una actividad historizante muy rica. Al elaborar el
material, aparecieron tres dimensiones referibles a las configuraciones
familiares relacionadas con la hermandad: lo parento-filial, lo fraterno-filial
y lo fraterno-fraterno.
La
construcción del marco teórico de la investigación buscó preservar la
diversidad como tal. Se trata de comprender cómo en cada historia tomó forma la
“unidad múltiple” que es la familia (Edgar Morin, “De la cibernética a la
complejidad”, en Más allá de pactos y traiciones, comp. J. Droeven, Paidós,
1992) y seguir el devenir a partir de los acontecimientos. La configuración de
lo fraterno-fraterno no se construye “en contra de” o “en vez de”. Lo
fraterno-fraterno no es sustitutivo ni antagónico; es suplementario, en el
sentido de que aporta complejidad, diferencia y singularidad. Para poder pensar
la hermandad desde la hermandad fue necesario construir nuevos modos de
percibir y dar sentido a los procesos transformativos de las diversidades
familiares.
Encontramos
que lo fraterno-fraterno no es resultado del despliegue de invariantes
estructurales ni sistémicas, sino un vínculo que se anuda a partir de
acontecimientos: “La relación de hermandad no se comprende a partir de las
relaciones de filiación, no es un derivado de relaciones paterno-filiales; las
relaciones paterno-filiales, lejos de construir el fundamento de las relaciones
fraternas, constituyen el obstáculo específico, el estorbo más esencial para
pensar los emergentes de las relaciones de hermandad” (Ignacio Lewkowicz,
“Reflexiones sobre la trama discursiva de la fraternidad”, en Sangre o
elección, construcción fraterna, comp. J. Droeven, ed. Del Zorzal, 2002).
Lo
parento-filial se manifiesta cuando un hijo queda sustraído del eje horizontal
y fijado en el eje parental. Lo fraterno-filial concierne al vínculo que se
organiza en referencia al eje vertical pero sin sustracción, de tal manera que
existe una posible circulación; puede funcionar en la lógica oficial que
permite juegos filiales-fraternos, pero siempre dentro de los marcos
instituidos por el eje parental. El vínculo fraterno-fraterno, en cambio, sólo
es posible como acontecimiento. Cuando el lazo fraterno-fraterno logra
construirse, genera una producción de subjetividad creativa totalmente
singular. Lo fraterno-fraterno emerge en sus propios devenires horizontales sin
oponerse al eje parento-filial, creando su propio espacio de posibilidades que
se liga, más que a la ley, al juego.
El
trabajo sobre las historias de vida nos permitió construir una gran variedad de
figuras de la hermandad. Estas permiten generar distinciones respecto de los
modos relacionales, pero es importante aclarar que de ninguna manera se trata
de tipos puros, estructuras o “arquetipos”. Por el contrario, en una misma
historia de vida se combina una variedad de figuras a lo largo del tiempo,
donde se despliegan diferentes configuraciones vinculares. No se trata de
inventar nuevas figuras “diagnósticas”, sino ofrecer herramientas para pensar
la complejidad de las configuraciones vinculares. Y comprobamos que el vínculo
fraterno-fraterno también puede establecerse en un entorno altamente
proscriptivo.
En
las historias de vida surgen diferentes formas de “desfraternización”, es
decir, intentos de limitar, impedir o dificultar el desarrollo y la expresión
del lazo fraterno-fraterno, es decir, de que los hijos-hermanos no puedan
percibirse como hermanados a sus hermanos, sino sólo en tanto hijos (“hermano”
e “hijo” incluyen “hermana” e “hija”: pues como dijo Ignacio Lewcowicz –ob.
cit.–, no es éste el sitio para presumir, mediante complicaciones gramaticales,
de una corrección política ya establecida). No se trata aquí de la diferencia
que los hermanos pueden hacer entre sí por sus propias subjetividades, sino que
el poder del eje vertical se arroga el derecho de instituir la configuración de
manera autoritaria. Estas figuras implican formas de proscripción que no
necesariamente resultan exitosas, es decir, que no siempre logran impedir el
establecimiento del vínculo fraterno-fraterno, pero lo obstaculizan y
dificultan en grados diversos. Muy raramente la proscripción toma la forma de
un discurso explícito; es el resultado de actitudes y estilos vinculares que
generan dificultades de circulación, vallas poderosas que encauzan o sostienen
vínculos desde un tipo de relación legislada donde no hay apertura a juegos
diferentes.
Un
entrevistado contó: “Si mi vieja hubiera sido menos densa con los rollos
personales que tenía con la mujer de mi padre, que era la mamá del menor de mis
hermanos, mi relación con él hubiera sido otra. Ella tendría que haber tenido
más altura para preservar mi relación con mis hermanos. Hubo un
condicionamiento que no me dio libertad. Mi mamá y la mujer de mi padre siempre
hablaban mal una de la otra. Mala onda siempre. Y yo de chico nunca podía ver a
mi hermano”. Como ésta, muchas historias muestran actitudes parentales
desfraternizadoras, que a través de enfrentamientos, faltas de cuidado,
prohibiciones explícitas e implícitas (“mala onda”), obstaculizan el vínculo.
También
a partir del borramiento del otro y la indiferenciación se erosiona el vínculo
fraterno-fraterno. Estas madres no permiten que los hermanos se reconozcan como
tales porque siempre quedan inmersos en y tironeados por las rencillas
parentales.
Y,
cuando las relaciones filial-fraternas no se sostienen, la posibilidad de
elección de lo fraterno-fraterno va a depender de cómo cada una de las
configuraciones nuevas propicie la fraternización o la desfraternización. La
elección, en lo vincular, se refiere al afecto, a lazos que no están reglados,
que van más allá de lo “legal”, de las decisiones racionales conscientes. La
elección enlaza en un vínculo como oportunidad y no como mandato o “necesidad”.
Insignificantes
El
vínculo fraterno-fraterno no surge exactamente porque exista una “afinidad”,
sino que requiere una cualidad diferencial. La noción de “intensidad” puede
tomarse como marca de esa diferencia, como aquello necesario para que, a partir
del acontecimiento que abre la posibilidad de la elección, se comience a tejer
por fuera de lo reglado, emergiendo una voz propia que se entrama en la
historia.
En
nuestra investigación encontramos también que la hermandad se entreteje de
maneras sutiles y diversas con la amistad. Ignacio Lewkowicz (obra citada)
planteó que “si el problema de la hermandad emerge hoy, la perspectiva
historiadora indagará sobre las condiciones de emergencia de este problema.
¿Cuál es el movimiento, en el campo en que aparece el término emergente? ¿Cómo
estaba tramado, cuáles eran las condiciones que imposibilitaban que hasta hoy
el problema no se declarara como tal, vale decir, que radicalmente no existiera?”
Lo fraterno-fraterno, al igual que la amistad, por ser vínculos en que lo
electivo tiene un peso determinante, resultaban invisibilizados para las
miradas sesgadas desde las perspectivas sanguíneas instituidas.
Antígona,
en la tragedia de Sófocles, es el paradigma de lo fraterno-fraterno. Denise
Najmanovich sostiene: “Antígona entierra a su hermano desafiando la ley
instituida, privilegia el afecto, los lazos de unión” (“Etica y estética en la
configuración de lo fraterno”). Antígona sostiene lo fraterno-fraterno al
elegir a su hermano por sobre toda y cualquier ley. La conducta de Antígona se
inscribe en la órbita de la amistad, del lazo social que no entra en un orden
legislable, que se atiene a otra circulación vincular.
El
amigo es el paradigma de lo electivo. Las entrevistas efectuadas sugieren que
en la sociedad argentina, cuando se trata de las relaciones de sangre y de las
que se basan en la elección –amistad y amor–, pocas veces se ubica a la familia
por encima de todo. Actualmente, el modelo de la amistad se impone a la
hermandad. Ha habido un cambio de época que llevó a que los modelos electivos
se privilegien a los estructurales. La elección tiene un peso importante, ya
sea en vínculos sanguíneos como en los que no lo son. En las historias de vida
salta a la vista que la consanguinidad no es, de ninguna manera, un requisito
para pensar, hoy, la hermandad.
En
algunos casos, la amistad es el eje sobre el que pivotea la producción de
sentido y se privilegia respecto de la hermandad. Esto generalmente sucede en
las generaciones en las que las modalidades electivas se imponen a los
estructurales. En otras la significación primera es la de hermano y la derivada
amigo. Finalmente hay otras historias en que el hermano “no significa nada”, es
decir, no aparece como eje posible para una clasificación de los vínculos. El
hermano insignificante indica la ruina de la significación sobre la fraternidad
instituida. Así por ejemplo: “Mi hermano prácticamente nunca existió. Estuvo un
año con nosotros. Siempre estuvo mal, entonces se fue”; “Mi hermano no
significa nada. No se me ocurrió pensar en eso. No tengo una definición de
eso”. En muchas entrevistas aparece cierta desolación, sobre todo en los que no
pudieron construir nada de la historia singular con sus hermanos, nada
fraterno-fraterno.
La
insignificancia respecto de la fraternidad es un acontecimiento de la
contemporaneidad; muestra la erosión del discurso hegemónico de la hermandad.
Rompe con aquello que provee la experiencia de ser depositario de una relación
(por eso la hermandad es la antesala de la amistad). Esta insignificancia
implica desidentificación, desafectivización y desidealización. En muchas
historias de vida donde, habiendo familia, no hay hermanos, se trata de relatos
sin recuerdos, sin construcción; descripciones que no son ni frías ni
calientes, ni buenas ni malas.
La
hermandad no sólo se organiza en prácticas familiares, sino también en
discursos y prácticas sociales: entonces, las historias de los hermanos estarán
constitutivamente afectadas por los procesos históricos. Las diversas
generaciones de hermanos transcurren afectadas por climas, acontecimientos y
estilos de época, sin los cuales sería incomprensible el devenir específico de
los vínculos fraternos. En este momento en que las estructuras suficientemente
eternas de la modernidad se están desmoronando, conviene abordar y construir la
complejidad de las relaciones fraternas en el marco de las diversidades
familiares.
* Presidenta de la
Fundación para la Investigación Clínica Familiar.
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