Los humanos nacemos en estado de indefensión y dependencia. El proceso
de desarrollo lleva a hacia la autonomía y se reconoce la posibilidad que cada
uno sea artífice de su propio destino. Pero cuando el desarrollo enfrenta
problemas, aparecen en el imaginario social prejuicios que lo dificultan
señalando las limitaciones y no las singulares potencialidades de cada sujeto.
Es poco frecuente que alguien se plantee la posibilidad de autonomía y el derecho
a la autodeterminación. Esto sesga la mirada hacia las personas con
discapacidad ya desde los brazos de sus padres. Es también desde ese lugar que
pueden empezar a gestarse cambios.
La situación actual de
dependencia de las personas con discapacidad intelectual es un reflejo del
imaginario social histórico que reduce la visualización de estas personas como
sujetos de derecho, así como las posibilidades de las mismas de llegar a tener
estatus de adultos, con todo lo que esto implica.
En tal sentido, la convención
sobre los derechos de las personas con discapacidad promovida por la ONU y en
proceso de ratificación por los países miembros, establece los principios
básicos que permiten la transformación de esta realidad tan generalizada como
limitante desde la época de que las personas con discapacidad (PCD) eran
escondidas en sus casas o en instituciones y no tenia contacto con el afuera,
hasta el momento actual, hemos atravesados etapas diferentes.
Las transformaciones tuvieron
básicamente origen en las familias, las
que compartiendo entre si sus dificultades, comenzaron a constituirse como
organizaciones de la sociedad civil, logrando a partir de sus demandas,
“comenzar a hacer visible lo que hasta ese momento era invisible”.
En este proceso de transformación
podemos mencionar:
-La necesidad de cambiar la
consideración del diagnostico medico como oráculo masificante, lo que no
permite pensar en que cada persona puede tener sus particulares posibilidades,
diferentes a las de otras con la misma “patología” de base.
-La convicción de que los
problemas de las personas con discapacidad no están generados solo por sus
propias dificultades sino también por la interacción con su entorno, así como
por el lugar y el compromiso de la comunidad
para con ellas.
-la certeza de que es posible
transitar el camino de la dependencia a la autonomía, de la protección o
sobreprotección a los apoyos, de la institucionalización a la autodirección,
abriendo espacios para que cada persona pueda elegir como ser gestora de su propia
vida.
Las familias, como parte de la
comunidad, están atravesadas por las mismas representaciones sociales,
limitantes y prejuiciosas, que es necesario cambiar.
Cuando una familia debe
enfrentarse con la dolorosa irrupción de la discapacidad en su seno se le deben
brindar los elementos necesario para que puede vislumbrar, desde el principio,
que el camino hacia una vida rica de la persona afectada es posible.
También, que este camino se
debe iniciar desde la primera infancia o tan pronto se establece la sospecha
diagnóstica y que transitarlo implica contar con tratamiento y apoyos necesarios e imprescindibles para
cada situación particular.
Es en la familia donde
comienzan las primeras transformaciones, donde la toma de conciencia de los
derechos que tienen las personas con discapacidad a elegir sus propios caminos,
sus proyectos de vida, a vivir con dignidad sus propias elecciones, provoca los
cambios consecuentes que los hacen posible. Por supuesto que no pensamos en la
familia sola sino en una interacción con los profesionales, quienes aportarán
los elementos que ayuden a pensar en cada uno, sus dificultades, buscando modos
de apoyarlo para resolverlas y dándole confianza en sus propias posibilidades, acostumbrándolo
a elegir y especialmente dándole el tiempo extra que le sea necesario para
lograrlo. Haciendo todo con el/ella y no por el o ella. No se trata de negar
las dificultades, sino de reconocerlas y buscar los modos de minimizarlas.
Un escolar cualquiera sea la
modalidad de su escuela puede construir sus aprendizajes a partir de las
ofertas y acompañamiento de sus maestros o ser un repetidor automático de lo
que el otro le pide. Cuando se trata de un niño con necesidades educativas
especiales integrado en una escuela común, puede suceder que crezca sintiéndose
capaz de aprender con su grupo si sus docentes y equipo de apoyo preparan las
adecuaciones curriculares necesarias fuera del aula o con la mínima
participación en la misma. Por el contrario si el “maestro integrador o de
apoyo”, está siempre a su lado diciéndole en cada momento que puede hacer o no
hacer, crecerá sintiendo o pensando que nunca podrá lograr algo por si mismo.
Esas mismas sensaciones, favorables o no tendrán sus compañeros transformando o
reafirmando de este modo las representaciones sociales antes mencionadas.
Cualquier adolescente padece
de una angustia básica, la del riesgo de ser mal comprendido a cada paso, de
ser desconocido en cada gesto. En principio por la paradoja temporal que
soporta. Todavía no es lo que ya debería ser (adulto) al mismo tiempo que no
debería ser lo que es (adolescente).
Un adolescente con
discapacidad intelectual es considerado niño y aun siendo adulto cargará con la
pesada imagen del niño eterno. Sin embargo su imagen debería obligar al
reconocimiento inequívoco de esa persona en su singularidad. Una imagen que
grite y destaque las diferencias del estatuto familiar y de otras personas con
el mismo diagnóstico un semblante nuevo y desconocido para todos, que
represente una identidad secreta, solamente compartida por sus círculo de
aliados. Imagen que puede llegar a estar representada por cabellos erectos,
tatuajes, identificación con personajes y grupos de moda. La formación de una
nueva orden, la orden de los amigos.
¿Favorecen la generación de
amistades en las PCD? ¿Se abren espacios para que compartan lo que quieren
llegar a ser?.
Muchos allegados se sienten
culposos si les permiten soñar con lo que parece poco probable o aun imposible
de realizar. Esto como un modo de cuidarlos o evitarles desilusiones.
Nadie tiene la garantía de que
todos sus sueños de hagan realidad. Todo lo contrario. Seguir soñando tener
proyectos es el motor de la vida.
Es con los logros cotidianos
que todos nos vamos constituyendo como sujetos autónomos superándonos
diariamente, Ej. Quién temía viajar solo se sintió mucho más libre cuando pudo
hacerlo.
El paso de la dependencia
hacia la autonomía no solo significa liberación y aumento de la autoestima para
la persona que lo logra, sino para quienes acompañan.
Este pasaje implica una
redistribución de roles y miradas hacia la persona con discapacidad
intelectual, la que puede reubicarse en el respetado lugar de quien es capaz de
dirigir su propia vida y por lo tanto decide y da pasos a lograr metas, en un
proceso de retroalimentación que lo lleva a una situación superadora, en un
continuun que conduce cada vez mas hacia una potencial independencia.
Autónomos pero no solos: todos
los seres humanos interactuando entre si se mueven en un circuito de apoyos
mutuos.
Las PCD necesitan apoyos de
diferentes clases, frecuencia y duración, según las dificultades que tenga.
Algunos requerirán que se les
ayude a manejar su presupuesto, otros el dinero, otros a bañarse y vestirse,
etc. Cada uno según sus demandas.
Pensar de este modo exige a la
familia superar fuertes temores, atreverse a permitir que sus allegados con
discapacidad corran los riesgos que implican transitar la vida. Vivir
plenamente tiene riesgos para todo. El asunto consiste en dar lugar para que
cada uno decida si quiere o no correrlos. Preguntarle al interesado qué quiere
hacer de su vida y brindarle los apoyos necesarios para que aprenda a cuidarse,
evitando o eludiendo lo que puede prevenirse, es quererlo, respetarlo, es promover su mejor calidad de
vida.
La consideración de las PCD
como sujeto de derecho es otro de los objetivos que aun no ha sido plenamente
alcanzado. Algunos derechos de han convertido en obligaciones, limitando la
posibilidad de decisión, por Ej. La curatela, institución jurídica proyectada
para proteger de abusos a las personas que la necesitan, pero no todas la
necesitan. Muchas familias son erróneamente asesoradas en este sentido,
generalizando el uso indiscriminado. Se ha inhabilitado a quien hubieran podido
conservar el ejercicio de sus derechos, con el simple consejo y apoyo de sus
allegados.
Es imprescindible realizar
acciones que clarifiquen la pertinencia y oportunidad de la utilización de un
recurso que debería utilizarse como excepción y no como norma.
Se inscribe la necesidad de
permitirnos pensar acerca de los derechos de las PCD de estableces relaciones
afectivas y amorosas, públicas, privadas e íntimas, desterrando en este sentido
los prejuicios tan inhabilitantes como masificantes.
Siguiendo este camino podremos
alcanzar el ideal de compartir la vida con personas adultas que proyecten su
vida, sus actividades y su vivienda eligiendo como y con quién compartir sus
días y contando con los apoyos para hacerlo posible y sustentable.
Lograrlo permitiría que la
angustiante pregunta de los padres ¿qué será de él o ella cuando nosotros no
estemos? Se convierta en una cuestión en abstracto y pueda ser reemplazada por:
¿qué podemos hacer ahora y cada día para promover su mejor calidad de vida, dándole
herramientas para que aprenda a manejarse de modo autónomo, autodirigido y
autogestivo.
(De Stella Páez y Alicia Hirshhorn- Extraído de
Revista “El Cisne”, enero de 2008)
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